Welcome to the jungle

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«When I saw you 
I fell in love, 
you smiled 
because you knew» 
William Shakespeare

Me gusta que las lentejas lleven patata cocida y troceada en cuadraditos. Me gusta que la cerveza esté bien fría y los bares de copas en los que suene rock en cualquiera de sus variantes. 

La lubina al horno de mi madre me parece un manjar divino. Y en verano, cuando nos reunimos todos en el jardín y se le pasa el arroz, a mí me sigue pareciendo la mejor paella del mundo. Ayuda el sol y la buena compañía. 

Me gusta todo lo antiguo, entendido como tradicional. Que no cambien las cosas. Y que cambien las cosas. Pero muy rápido, porque no tengo paciencia. Nadie me enseñó nunca a esperar. 

Con diez años encontré enredando ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’. El libro estaba amarillo y olía a viejo así que me gustó aún más, si cabe. Como ‘El Principito’, mi libro favorito, que era de mi madre. Y bueno, ahí siguen los dos. 

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La gente que no lee me parece de otra galaxia. También creo que la gente que solo lee best-sellers son los mayores impostores de la Tierra (ahora se les llama postureadores). Cometería el sacrilegio de quemar en una pira algunos títulos como: ‘Crepúsculo’, ‘Los hombres que no amaban a las mujeres’, ‘El código da Vinci’ o ‘Cincuenta sombras de Grey’. Y reconozco que los he leído todos, así los puedo criticar mejor. Soy como el autor de ‘Gomorra’, Roberto Saviano, me infiltro para luego poder escribir. Bueno, en menor escala. 

En fin, que «leer es como besar, al que lo practica poco se le nota en la lengua». 

No quiero ser la típica pesada que escribe un post recomendado libros y autores. No conozco vuestros gustos. Y ojalá lo hiciera porque entonces sería una recomendadora de libros profesional. Pero básicamente son como las canciones; casi todos escuchamos/leemos lo mismo. (Luego te encuentras con la gente que afirma escuchar electrolatino y otros insultos a Mozart voluntariamente, fuera de los bares, donde uno no tiene la posibilidad de elegir canciones y te sometes, con más o menos copas encima, a la vieja filosofía del ‘Ajo y agua’). 

Que si al final os aburrís, pues nada, Gay Talese, Gabriel García Márquez, Isabel Allende, Ken Follet… Ya sabéis de qué hablo. 

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Sigo. 

Me gustaba bastante la vida cuando no había demasiadas preocupaciones económicas mundiales. Cuando no existía Twitter para amargarte las mañanas mientras desayunas. Cuando no era tan fan de enchufarme una hora de información, como mínimo, antes de poner un pie fuera de casa. Cada día son muchos despidos más, muchos suicidios más, muchos desalojos más y muchos ladrones de guante político más que se van de rositas, como diría mi padre. Es todo mucho más como para que podamos seguir soportándolo.

Es mucho más lo que marca la báscula cuando me subo en ella, mucha más la pereza que da levantarse cada día de la cama, mucho más lo que cuesta sonreír. Y encontrar a alguien que te haga sonreír. O con el que merezca la pena sonreír. 

Son muchos más kilómetros los que debería correr al cabo de la semana para sentirme mucho mejor. Muchas menos calorías las que debería ingerir si quiero que me queden bien esos pantalones que llevan cinco años atormentándome en el armario verano tras verano. 

Me gustaba bastante la vida cuando te iban las empresas a buscar a la universidad cinco meses antes de que acabaras. Cuando había trabajo, pan, educación, sanidad y vacaciones para todos. Incluso para la princesa Letizia, que no tenía que sufrir quince horribles días bajo el sol de Mallorca. 

Entonces se podía soñar y podías decir «quiero ser médico», «quiero ser maestro», «quiero ser arquitecto» sin que alguien te despertara del sueño con un precioso «el hijo de mi vecina es ingeniero de Caminos. Se sacó la carrera en cinco años, habla inglés, francés, alemán y chino. Pero trabaja en el Mercadona de la Albericia».

Pues olé, olé y olé. Uno que tiene curro. 

Uno de los últimos días que andaba aún por Bilbao terminando la carrera con la que he alcanzado la gloria  hacía bastante calor. La verdad que recuerdo siempre la época de exámenes de junio con un calor del infierno que luego no hace ni un solo día en todo el verano. Vamos, que es por joder. Estaba cruzando yo la Gran Vía, a la altura de Pozas (seguramente volvería de meterme unas buenas cañas entre pecho y espalda) cuando me paró un señor de unos 70 años y me preguntó que qué tal iban las cosas. 

«Pues mal, la verdad» respondí. 

Estaba en ese período de mierda en el que acabas la carrera, welcome to the jungle y ahora a ver qué coño haces, así que mis ánimos no estaban en su mejor momento. 

«No os vengáis abajo. Cuando yo era joven como tú las cosas estaban muchísimo peores, y ya ves, salimos adelante. Ten paciencia, ya mejorará» me dijo con una sonrisa en la cara aquel señor de cabellera blanca. 

Hombre, los ánimos se agradecen. Pero hay una lucha continua y diaria entre la realidad que nos rodea y los sueños, esperanzas e ilusiones de la juventud. Que nos han vendido la moto, vamos. «Estudiad una carrera e idiomas, que tendréis un buen trabajo». Aunque al final tenemos el cuestionable placer de pertenecer a la generación mejor formada que ha parido España y el Erasmus. Y si miramos el lado positivo, eso ya no nos lo quita nadie. 

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